No vemos la realidad como es, la vemos como somos.
Para conocer el mundo en el que vivimos, hay que comenzar por conocernos a nosotros mismos. Y en esta tarea se combinan temas tantos psicológicos como místicos, dos de mis grandes aficiones.
Quiero decir: la forma en que percibimos el mundo no es un reflejo objetivo de lo que nos rodea, sino un espejo de nuestra esencia interna: nuestros pensamientos, emociones y creencias.
Tenemos un arma poderosa de creación de realidad llamada Cerebro, ese disco duro compuesto de sesos y materia gris donde llega y se interpreta toda la información externa -que es un cúmulo de probabilidades, longitudes de onda y elementos químicos-.
Un arma, que, por arma, es activa. No es solo receptor pasivo, sino un arquitecto de la realidad. Y el arquitecto debe conocer las reglas, para usarlas a su favor o para romperlas.
En la primera etapa de vida, el cerebro humano muestra una plasticidad extrema y una urgencia por crecer, formando sinapsis a un ritmo vertiginoso. Los primeros seis años son cruciales para moldear al futuro niño, adolescente y adulto, ya que las experiencias tempranas, la relación de apego con los cuidadores y los sesgos transmitidos por ellos tienen gran impacto.
"Somos lo que hacemos con lo que hicieron con nosotros", dijo sabiamente J.P Sartre. Por un lado, significa que hay unos que "hacen algo" con nosotros, sin que lo hayamos pedido, sin que lo hubiéramos querido. Pero por el otro, nos habla de la responsabilidad que tenemos de darnos cuenta, aceptar y hacer algo con eso.
Darnos cuenta, ese "Despertar", marca el inicio de la madurez individual. Mirarse en los espejos, y reconocer que, durante gran parte de nuestras vidas, hemos venido siendo ecos de otros: reflejo imperfecto, cargado de creencias y patrones que ni siquiera nos pertenecen. Un "gran modelo de lenguaje" (LLM) programado para perpetuar el status quo del lugar en el que crecimos. Vivimos en una Matrix cuidadosamente moldeada por aquellos que entendieron las reglas antes que nosotros, y las rompen a su favor, mientras nosotros seguimos atrapados en ciclos de repetición.
Despertar implica mirar hacia adentro, conocer el "lenguaje de programación" con el que fue desarrollado nuestro "LLM". Viajar hacia adentro implica conocer entonces la Psicología humana.
Nuestro cerebro es una máquina de patrones: simplifica, categoriza y predice. Lo hace con el noble sentido de cuidar nuestra supervivencia, pero nos hace también vulnerables a creer que nuestra realidad es la correcta y la única que puede existir. Desde que se comenzaron a investigar, los tipos de sesgos suman ya unos 180 (según el último dato que encontré), que se pueden "simplificar" en 4 "categorías": sesgos percepción, de juicio, de memoria y sociales. Los primeros afectan la forma en que interpretamos lo que entra por nuestros sentidos, los otros hacen apresurar al cerebro a sacar conclusiones rápidas pero no siempre acertadas, los sesgos de memoria afectan cómo recordamos los eventos lo que puede llevar a la distorsión de la realidad, y por último, los sesgos sociales afectan nuestra forma de comportarnos e interactuar en sociedad.
Una vez identificamos las múltiples formas en que nuestro cerebro simplifica, categoriza, predice, distorsiona, apresura y mal-recuerda, podemos comenzar a tomar el control. No para apagar esta máquina de patrones, sino para entender cómo opera y cuándo necesita intervención. Porque, aunque está diseñada para la eficiencia, también tenemos algo más: la capacidad de reflexionar, de detenernos y cuestionar.
Daniel Kahneman, en su gran libro "Pensar rápido, pensar despacio", describe estas dos formas de operar del cerebro. El pensamiento rápido, automático, que nos salva en situaciones críticas, pero que también nos lleva a errores por actuar sin cuestionar. Y el pensamiento lento, consciente, que nos permite analizar y elegir con intención. Ese "pensar dos veces" es el acto de volverse el programador, de tomar las riendas de nuestra programación interna y decidir si queremos seguir las reglas, romperlas o incluso reescribirlas. Todo queda al libre albedrío, que tanto nos diferencia de la inteligencia colectiva de las hormigas, las abejas o las termitas.
Una vez claros sobre la capacidad de nuestro cerebro de moldear la realidad, entra en juego la cuestión de relacionarnos con lo desconocido, aquello que queda fuera de nuestros sentidos, esos que ya sabemos nos engañan con frecuencia. Lo desconocido, lo que no podemos ver ni tocar pero que sentimos profundamente, conecta con dimensiones más amplias de nuestra existencia. Aquí es donde la magia y el misticismo se entrelazan con la psicología, no como fe ciega o fantasías absurdas, sino como herramientas para explorar nuestra relación con el universo y con nuestro propio camino del héroe.
La física cuántica nos recuerda que todo es energía, vibración y potencial. Cada partícula que compone nuestro cuerpo es también una onda, oscilando en un mar de probabilidades, conectada con todo lo demás. Las antiguas enseñanzas de Hermes Trismegisto también lo expresaron de forma poética: "Todo vibra, todo se mueve". Y no solo eso: "Todo es dual", la ley de la polaridad, que nos enseña que los opuestos son extremos de una misma esencia. En esta danza entre luz y la sombra, entre lo material y lo espiritual, descubrimos que lo desconocido no es un enemigo, sino un espejo para conocernos más profundamente.
El tarot, la astrología, y otras formas de conexión con lo simbólico no son meros juegos: son lenguajes, instrumentos para descifrar lo que yace en lo profundo, en lo que no vemos pero nos guía. Los arquetipos, esas imágenes primordiales que habitan en nuestra psique, dialogan con las estrellas, con las cartas, con la energía que todo lo une.
Pero ese camino del héroe implica enfrentarse a la oscuridad, a lo sombrío, lo que no es luz, que paradójicamente constituye la mayor parte de nuestro universo. La materia oscura, invisible a nuestros ojos, pero esencial para el equilibrio cósmico, y que nos recuerda que lo desconocido no solo es inevitable, sino necesario.
"Nadie se ilumina imaginando figuras de luz, sino siendo consciente de su sombra", dijo Jung, una sombra que también es colectiva, en la que habitan los miedos compartidos, las heridas que una sociedad entera decide ignorar y las verdades que evitamos aceptar como humanidad.
Por eso no idealizo el Despertar. Mucha luz enceguece, y acercarse a la sombra exige respeto. Adentrarse al mundo de lo místico implica caminar por un sendero donde las certezas se disuelven. las sombras se amplifican, y la luz puede llegar a ser demasiada. Se corre el peligro de dejarse llevar por los intereses del ego y de las energías del mal. Es por eso que el autoconocimiento, tanto desde lo psicológico como desde lo mágico, se vuelve tan relevante.
Conocer nuestra esencia interna es más que un acto de introspección; es un acto de creación. Cuando entendemos que no somos espectadores pasivos, sino arquitectos activos de nuestra realidad, nos liberamos de los límites impuestos por las sombras del pasado y los espejos distorsionados. El despertar no es un punto de llegada, sino un viaje continuo entre luz y sombra, donde cada paso nos acerca a una verdad más auténtica.
Porque al final, la realidad que vemos no está fuera de nosotros; es un reflejo de lo que decidimos ser. Y al aprender a moldear esa percepción, no solo cambiamos nuestra vida: cambiamos el mundo.
"Conócete a ti mismo, y conocerás al universo y a los dioses"